La Dama Indignada

La Dama Indignada

domingo, 24 de noviembre de 2013

Autor: Johannes Vermeer. Título de la Obra: La Lechera.


Johannes Vermeer, uno de los pintores más representativos del Barroco holandés un gran representante del interiorismo y uno de los autores que mejor uso de la luz ha logrado en sus obras. Pintor de encargo y marchante de arte.
Nació en 1631 en el seno de una familia de comerciantes de objetos de arte. Reynier, el padre de Johannes, se relacionaba con la burguesía acomodada de Delf y con los artistas, por lo que no es de extrañar que Vermeer también se relacionase con ellos y aprendiese ciertas técnicas pictóricas en su juventud.
Sin embargo fue en el gremio de San Lucas donde Vermeer donde diera rienda suelta al potencial que llevaba dentro y dónde aprendiese ese estilo interiorista tan personal que le caracteriza. En éste gremio de San Lucas abundaban los pintores “de encargo”, aquellos que pintaban de forma exclusiva para los burgueses adinerados, muy dados al gusto de ser retratados con toda suntuosidad en sus recargadas alcobas y salas de estar.
En 1653 Vermeer se casó con Catharina Bolnes, con la que tuvo gran descendencia. Se especula que Vermeer, además de pintor pudo dedicarse a la profesión de su padre como marchante de arte comerciando con obras ajenas, lo que le hubiera dotado de cierta comodidad económica.

Vermeer tenía un estilo singular, siempre ha sido concebido como el antagonista de los “pequeños maestros”, ya que el “pequeño maestro” pintaba objetos lujosos y exóticos, pero siempre vistos a través del vidrio de las ventanas, contemplados desde la calle, como si estuvieran observados por un viandante más. Vermeer opta, sin embargo, por los espacios interiores, pero no buscando objetos lujosos de familias de alta clase, sino algo que fue su gran obsesión en la pintura… la luz.
Luz y color en las obras de Vermeer.
El  creciente interés por Vermeer coincide con el nacimiento impresionista, con su rechazo del estilo académico de tonos oscuros y su dedicación a una pintura al aire libre clara, de colores puros. El color es entendido por los impresionistas como una cualidad de la percepción de la luz, cuya claridad, tonalidad y saturación depende de la longitud de onda de la luz.

Hoy sabemos que Vermeer se valía de la cámara oscura para ejecutar la mayoría de sus obras, esto lo apreciamos en las formas borrosas de los márgenes y en los puntos de luz, el famoso pointillé”. Y es que Vermeer no trataba de plasmar la realidad tal cual era, sino como la ven nuestros ojos, humanizando la imagen conforme la luz es captada por el ojo humano.
No hay rastro alguno de muecas, distorsiones o figuras forzadas, todo fluye de forma natural, desapasionada y despegada incluso.

El motivo de la mesa cubierta por un tapiz, que con tanta frecuencia se repite en sus obras, alza una barrera entre las figuras retratadas y el espectador, es parte del simbolismo de Vermeer.
El pintor pretendía con ello, de una forma sutil, distanciar al espectador del retratado, marcar un límite que el público no pudiese traspasar.

Vermeer quiere mostrar, pero siempre manteniendo cierta privacidad, una intimidad que quizás entendamos al concebir al pintor como un “interiorista”, es la intimidad del hogar, aquella que se produce de puertas para adentro.
Buena parte de las composiciones de Vermeer presentan a la mujer como vehículo para criticar los vicios de la sociedad holandesa de su tiempo, al igual que la mayoría de los pintores de género del barroco. Sin embargo, encontramos un pequeño grupo,en el que destaca la Lechera, donde se presenta el modelo en "positivo", mostrando a la mujer como ejemplo de virtudes y como modelo a imitar. La Lechera no sólo destaca por su intimista belleza, sino que además ensalza la labor de la criada, criticada por buena parte de sus contemporáneos como Gerard Douo Nicolaes Maes.
Vermeer nos presenta a la mujer concentrada en su quehacer, con la mirada baja como símbolo de humildad, vertiendo la leche en un cuenco con dos asas. La escena se desarrolla en una sobria estancia con paredes grisáceas en la que destacan los clavos, los agujeros o las grietas de un hogar humilde. Sobre la mesa, encontramos un cesto con pan y algunos panecillos fuera de él, lo que para algunos expertos se interpreta como una alusión a la eucaristía, mientras que la leche sería el símbolo de la pureza.
La potente iluminación inunda la estancia y resalta las brillantes tonalidades, especialmente el amarillo y el azul. Esta iluminación debe su origen a los maestros italianos del Renacimiento, especialmente la escuela veneciana, y de los seguidores de Rembrandt, espacialmente Carel Fabritius.
El cuadro fue desde muy pronto apreciado por los amantes de la pintura de Vermeer, tal y como se pone de manifiesto en el precio elevado pagado por él cuando fue vendido en 1696: 175 florines







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